Como sabemos, la imagen corporal es el esquema que formo en mi cabeza sobre cómo es mi cuerpo, y viene acompañado de emociones y pensamientos relacionados. Por el gran peso que tiene en nuestra autoestima, más aún en verano, es esencial que trabajemos en su aceptación.
Aceptar nuestro cuerpo puede parecer algo imposible, cuando vivimos en una sociedad en la que continuamente recibimos mensajes sobre la necesidad de eliminar la piel de naranja, las estrías, los “kilos de más”, el vello corporal, las canas o las arrugas. Llevamos toda la vida recibiendo mensajes relacionados con el aspecto físico. Piensa, ¿cuál de los siguientes tipos de comentarios crees que escuchaste más veces durante tu infancia?:
- Opción 1: Qué niña tan guapa/qué mofletes tienes/qué alta estás/tu hermana es más delgadita.
- Opción 2: Qué niña tan divertida/me lo paso muy bien jugando contigo/cuánta alegría desprendes/me encanta tu sensibilidad.

Desgraciadamente, lo más seguro es que hayas identificado mejor los comentarios de la primera opción. Estos comentarios tienen que ver solo con aspectos físicos, que no dependen de la persona en sí y que implícitamente transmiten, aunque sea de manera inconsciente y frecuentemente con buena intención, la importancia de la imagen corporal. Si ya desde pequeñas nos van calando este tipo de mensajes, imagínate qué sigue ocurriendo durante la pubertad, adolescencia, juventud, embarazo, postparto, madurez, vejez… Efectivamente, recibimos un bombardeo más o menos sutil sobre cómo debería ser nuestro cuerpo para ser válido, cuando absolutamente todos los cuerpos son válidos y dignos de amor.
Ahora bien, ¿cómo podemos empezar a trabajar en la aceptación de nuestro cuerpo? Aquí te dejamos algunas ideas para empezar a cuidar la relación que tienes con tu imagen corporal:
- Al mirarte al espejo, identifica qué sueles pensar sobre tu imagen.
- Cuida cómo te estás hablando a ti misma acerca de tu cuerpo, pues nos enviamos muchos mensajes de forma automática, que nos creemos y calan igualmente.
- Piensa en las personas con quienes sueles compararte físicamente, tus puntos de referencia. ¿Estás siendo realista o tienes que ajustar tus expectativas?
- Revisa qué mensajes recibías en tu infancia sobre tu imagen. ¿Alguno de esos mensajes te los dices hoy en día a ti misma? Quizás vaya siendo hora de cambiarlos…
- Es normal que no te guste todo tu cuerpo, pero necesitamos ser realistas y lo más concretas posibles cuando nos referimos a esas partes que no nos gustan tanto. Al describir lo que te desagrada de tu cuerpo, intenta concretar al máximo a qué te refieres. Por ejemplo, no es lo mismo decir “odio mis piernas”, que “no me gusta la celulitis de la parte interna de mis muslos”.
- Practica el no-juicio sobre tu cuerpo. Puedes observarlo en el espejo y no por ello tener que emitir una crítica. Si surgen pensamientos enjuiciadores (del tipo “tengo unas caderas enormes, michelines, me falta pelo…”), detéctalos y simplemente déjalos ir. Repite este proceso las veces que haga falta, como si se tratara de un entrenamiento mental.
- No evites mirarte en el espejo, ni siquiera las zonas que aceptes menos. Intenta progresivamente acompañarte en el malestar que te producen, sostenerlo y aceptarlo.
- Necesitas tu cuerpo para vivir, te sostiene y cumple con su función. Con él respiramos, caminamos, bailamos, nadamos… Dedica unos momentos al día para agradecer a tu cuerpo todo eso que puedes hacer gracias a él.
- Por último, si la relación con tu cuerpo te genera mucho malestar, puede ser el momento de pedir ayuda.

“Que tu cuerpo y tu alma estén unidos en un abrazo sin separación”
Lao-tsé